Si creías que patear la ciudad era cosa de abuelas, estás equivocada.
Si algo aprendimos al final del encierro de 2020 fue a recuperar una actividad que teníamos olvidada: vagabundear.
Deambular por la ciudad, pasear por sus rincones urbanos más hermosos y hacerlo sin rumbo, sin un objetivo, sin lugar al que llegar y siendo capaces de conmovernos solo con ver pararse el tiempo en cualquier esquina.
Caminar dulcemente y sin brújula se ha convertido en afición masiva.
Sin consumir, ni ir a citarnos con nadie, ni aprovechar para hacer un encargo.
Solo pasear.
Y punto.